sábado, 25 de enero de 2020

BARRIO OBRERO




Calculé una distancia equivocada, sin embargo me sirvió para llegar en el tiempo estimado. Fue así como emprendí rumbo hacia aquí. Y llegué, como llegan los necios vencidos; desarmado y desalmado, cubriéndome las heridas con mis alas cansadas y rotas.

Reconozco mi barrio, incluso desde aquel lado de los confines del mundo donde me hallé, y doy las gracias a quienes me ordenaron seguir caminando. Fue por eso que regresé a nuestra vida, a nuestro espacio de sonrisa y de inevitable penumbra. 
Este barrio, cuyo nombre contiene todos los nombres que en él habitan y habitaron, lleva palabras escritas en sus paredes, tiene coincidencias imposibles, dibujos volando en sus fachadas azules, toques de queda de golondrinas llegadas galopando por el aire, o por el reverso del viento, o por esa otra corriente continua que todo lo une y todo lo mueve. Rastros, sin duda, de una misma cosa, una misma singladura segura por la que pasar la encrucijada que no deja ver nada de lo que existe al otro lado.
En mi barrio hay recién llegados huidos del miedo, y mercenarios de la pluma, huidos de la inspiración. Se generan nuevos bullicios, con voces distintas pero con las mismas  palabras recogiendo el anhelo y la soledad y la ausencia y la carencia, y el frío y la pérdida... y la remota esperanza.
Pero este mar del espacio-tiempo en que nos movemos; mi barrio, es capaz de normalizarlo todo, de devolverle la vida en su justa medida a todo el que, de una u otra manera, comenzó a perderla.