sábado, 15 de diciembre de 2018

HABIA EN SU VOZ

Había en su voz un discreto acento con aroma newyorquino, y algo de distanciamiento inalcanzable hecho realidad por ese transcurrir de la existencia que nos acaba convirtiendo en seres ajenos a nuestras propias virtudes y en trovadores de nuestras vivencias y pensamientos.

Yo la observaba desde uno de aquellos asientos de piedra en la primera fila del Gran Teatro Romano, embelesado con sus palabras, enredado en el reflejo que la luna llena proyectaba en su cabello y sobre aquel vaso de agua que se alzaba sobre su púlpito de conferenciante comprometida.

No esperaba que me reconociese, pero noté en su mirada un detenerse más y más en la mía. Fue entonces, en cierto momento de calma y sonrisa en su discurso, cuando exhaló un susurro, y aquel aliento suyo hecho palabra pronto me llegó  con la misma fuerza de una sinfonía: Te Quiero.


                                                                                                

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