jueves, 6 de diciembre de 2018

ORDEN INVERSO

No recuerdo con claridad tanto momento escrito en mi piel, ni siquiera reconozco esta letra idéntica que me recorre, su grafía perfecta y atrevida, a veces descarada, que se asoma al abismo desde mi antebrazo.
Tampoco te recuerdo a ti, cuyo nombre me sale al paso cada vez que me miro al espejo y observo este estropicio de cuerpo. Todo me es tan ajeno como mi propia imagen vista ahí; reflejada en ese lado imposible donde los problemas y los objetivos, y el pensamiento, aparecen congelados, inalcanzables, tan alejados de mi realidad; la misma que ahora me anima a no volverme a asomar a este cristal del engaño.
No siento pena, afronto este asunto de mi vida como lo haría cualquier mercenario de la honestidad, pero a veces reconozco que me  voy perdiendo en la justa medida en que tu voz  recién recuperada vuelve a distanciarse cuando cambia su tonalidad hasta hacerse irreconocible para mí.
Tampoco siento miedo; a hacerme viejo y sucumbir poco a poco a la soledad peregrina, a ser olvidado, o a no ser respetado y valorado, o a no lograr ver más allá de mi nariz, o a quedarme sin libertad, y no poder pensar o creer.
Pero sí es verdad que me enfrento a situaciones imposibles; a sueños irresolutos, quizás la más recurrente sea esa en la que me veo sentado frente a hojas en blanco sin saber qué escribirte, qué decirte y contarte, qué confesarte y agradecerte. 
En la lucidez de mi búsqueda, cuando la hallo, los instantes son pequeñas islas de eternidad que me van mostrando el próximo trecho para recorrer. Sigo tus pasos, aun con el eco de tu voz ausente, con el sonido de tus besos acariciando todos mis sentidos, sigo por la línea recta de mis recuerdos, como coordenada sagrada que vuelve a acercarnos en el tiempo, para darle un orden inverso a nuestra inmortal esperanza y empezar de nuevo a ser aquellos jóvenes perdidos que unían sus manos y se cubrían de besos mientras caminaban por donde aún no había camino.
Escribo, para no dejar entrar en casa los malos vientos que envuelven al vencido, escribo para seguir vivo y no dejar al viejo entrar en mí, escribo para tomar impulso y seguir respirando y llenando el pensamiento y mis  pulmones con aire limpio. Escribo para reír.
Escribo por los dos, por estos momentos que son nuestros y eternamente merecidos; como este nombre sagrado que llevamos puesto.

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