sábado, 3 de noviembre de 2018

 VOLAR SOBRE BASTI.

Se hizo esperar mi regreso, quizás porque me llevé conmigo tu recuerdo, tierra mía, como si tu esencia fuese lo único que necesitara para valerme en este mundo. 
Fue una mañana, acomodado ya en la calma de mis años cumplidos, cuando el tiempo me dijo  que para seguir saboreando los aromas dulces de la vida era necesario volver; volver para abrazar el aire de aquellos espacios que fueron mi punto de partida, aunque ya se fueran los olores y todas las flores, y se hubiesen borrado nuestras huellas y nosotros mismos de la memoria colectiva. Aunque ya no se oyesen todas las voces alegres de quienes me besaron aquel frío día en que nací, aunque mis recuerdos sean ahora solo la melodía asombrosa de una ilusión llena de realidad e irrealidad. 
Subí la cuesta, deje a mi derecha los bancales de la ronda, pasé frente a la línea irregular de cuevas encaladas, observé los perros que dormitaban junto a las cortinas silenciosas y estáticas, aspiré los aromas de geranios de todos los colores; escuché el rumor de la calma de infancia, como un eco sin fin.
No necesité indicador de coordenadas, me dejé llevar, sencillamente me dejé llevar, con este instinto ancestral, innato, que siempre supo guiarme. 
Allá seguías, piedra mía, en tu lugar de siempre, a medio camino entre el Olympo de las huertas de frutales y mis recuerdos imborrables. Volví a sentarme sobre tu planicie y juntos volamos como antaño sobre nuestro territorio infinito de Basti. 
Es verdad que todo ha cambiado,..... pero nada es distinto; como yo mismo.


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